domingo, 15 de enero de 2012

Con faldas y a lo loco.

España carga desde tiempos inmemoriales con un pesado lastre: el machismo. No se sabe si es por la cultura mediterránea, por nuestra sangre latina o por unos pasados oscuros y opresivos, pero la verdad es que muchas españolas han sufrido un yugo injusto durante mucho tiempo. En las últimas décadas, las mujeres han ido ganando un terreno que les pertenecía por derecho y que jamás les fue garantizado; hablo del respeto y la igualdad social. De todas formas, queda mucha tela que cortar y mucha desigualdad latente en diversos ámbitos de la vida. La sociedad se ha puesto manos a la obra para solucionarlo, pero ¿son correctas las medidas? ¿Hasta qué punto deben cambiarse las cosas? ¿Qué eficacia pueden tener ciertos enrevesados procedimientos en la busca de la igualdad?

Ejemplo es el empeño por parte de la UNESCO y más tarde del Gobierno español de José Rodríguez Zapatero de modificar toda una lengua para desterrar un uso sexista de ésta. En este sentido, habría que diferenciar dos reivindicaciones: la de feminizar profesiones, títulos o cargos y la de arrancar de raíz el masculino genérico. La primera es comprensible y obviamente necesaria; feminizar, ya sea con el artículo la o con una terminación especial, cargos que han empezado a ocupar mujeres es una medida regida por el cambio de los tiempos, una medida que surge autónomamente por el avance de la mujer en el terreno laboral y de sus derechos. No obstante, desintegrar o, más políticamente correcto, desglosar el masculino genérico es otro cantar.

Después de haber leído las pautas ambiguas sobre el caso de una Real Academia Española que camina con pies de plomo y poca intromisión en la polémica, no llega a quedar nada claro. El organismo no llega a mojarse y permite tanta libertad que da a entender que cada uno use lo que considere correcto, más allá de toda gramática o ideología. Por otra parte, habla de adecuarse a los factores sociales y geográficos, algo tan rechazado como burlado por el artículo presentado por la UNESCO en 1999. Al leer dicho texto, da la sensación de que fue redactado por alguien ajeno a la realidad y a la pragmática de calle. No quito, Dios me libre, validez ni seriedad al artículo, porque el autor sería sin duda alguien muy formado en el tema. Sin embargo, el señor, la señora o la comisión que lo redactara ha teorizado y abstraído tanto este aspecto del lenguaje que llega a violar la economía de la lengua y a enladrillar la espontaneidad y frescura de su oralidad.
            
Desde que el tema entró a debate en la sociedad española, los políticos y personajes públicos que precisan una imagen limpia se han afanado con arduo esfuerzo en desdoblar todo masculino genérico y parafrasear las oraciones en las que una mujer se pueda sentir denigrada. Se crea así una lengua artificial, milimetrada y cargante, llena de redundancias y obviedades omisibles, que cansa al oyente y al pobre periodista que le toque transcribirla. Este artificio sinsentido es indudablemente digno, meritorio e inspirador de un sketch del humorista José Mota o de una fina burla del mismísimo Pérez-Reverte en su Patente de Corso.
            
Por otra parte, hay que admitir el innegable éxito de otras medidas de la misma calaña. Está visto y comprobado que desde que los monigotes de los semáforos llevan falda, muchas más mujeres cruzan el paso de peatones y ahora se sienten obviamente más libres. También podemos tomar como ejemplo esa gratificante sensación de igualdad que tiene una mujer cuando obtiene un puesto de trabajo por su sexo, por copar las plazas reservadas para ellas por la Ley de Paridad, como si de plazas de aparcamiento para discapacitados se tratara.
            
Todas estas medidas son uvas de un mismo racimo; racimo de absurdas propuestas cocidas por y para la demagogia pura, el claptrap que dirían los ingleses (trampa para aplausos). No hay que negar que el machismo no ha sido derrocado, pero el problema desde luego no está en que englobemos o no a las mujeres bajo el sustantivo los ciudadanos. Dejando a un lado el complejo asunto de la violencia de género, el problema está en una educación a la defensiva, donde se prepara a las chicas para saber que ahí fuera las tratarán como inferiores. Si se quiere demostrar que las mujeres no son tan diferentes de los hombres, marcar aún más la divergencia al desdoblar plurales y poner una falda al señorito o señorita del semáforo no es más que un paso atrás.

Resumiendo, considero que este intento de lograr la igualdad mediante semejante artificio no es más que una técnica política e incluso me atrevería a definirlo como globo sonda. Por lo tanto y para terminar, hasta la saciedad defenderé que huir de los estereotipos de la mujer señalándolas cada vez más no es igualdad, sino una incongruencia y, por mucho que se empeñen, siempre ha sido, es y será ir con faldas y a lo loco.

Aquí dejo una propuesta de IGUALISMO. Un poco de humor no viene mal.

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by: Joaquín Bueno
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