El
binomio “he aprobado-me han suspendido” empieza a tocarme la moral. Y mucho. El
alumno universitario medio tiene un gran problema: la falta de responsabilidad
y capacidad de autocrítica. Cuando se aprueba, “he aprobado” (Sujeto Agente:
yo); cuando se suspende, “me han suspendido” (Sujeto Agente: ellos, los
profesores, los otros, los demás. No yo). Qué gran equivocación. Qué gran
falacia que todos se creen, todos se contagian y se pasa de unas generaciones
de universitarios a otras. Los profesores son unos cabrones y te joden la vida
si “te suspenden”. Ellos son los culpables. Pues flaco favor te harían si te
aprobaran y te dejaran pasar a otra etapa de la vida sin los conocimientos
necesarios. Y qué añejo y carca suena decir “otra etapa de la vida” y “conocimientos”
(y ya ni hablar de “conocimientos necesarios”).
Autocrítica.
Ésa es la cuestión. Es muy, muy fácil, tentador, cómodo, sencillo y para toda
la familia echar la culpa a los demás. Y más cuando todo el mundo lo hace.
“Algo de razón tendrán, ¿no?” No es que no tengan algo de razón, es que no
tienen ninguna. E igual que se ha pasado de generación en generación el gusto
por los caracoles en España y no en otros países, se ha pasado de generación en
generación el gusto por culpar al sistema de nuestros errores. El sistema
tendrá errores, que los tiene. Pero se pierde todo derecho a quejarse de esos
errores si uno mismo no hace nada por solventarlos o, al menos, intentar
sobrepasarlos y sobrevivir a ellos.
Hipocresía.
Hipócrita es el que aprueba (Sujeto Agente: yo) y es suspendido (Sujeto
Paciente/Víctima: yo). No puedes pretender “que te aprueben” (que suena tan mal
como “que te suspendan”) si llevas sin pisar la clase tres meses, no tienes
apuntes propios y los que tienes son de otro compañero y de su personal manera
de estudiar (y por lo tanto, no adecuados para ti), y si no te has cortado de
ninguna fiesta y vivalapepa que se ha presentado. La ocasión para cortar las
clases un puente es tan deliciosa. Y tan obvia, ¿no? Oponerse a tener unos
diillas de vacaciones es masoquismo, ¿no? No. Se falta a clase, se pide apuntes
y se cortan clases si se tiene capacidad para aun así aprobar. Y ojo, aprobar
por ti mismo, no que te aprueben.
Aunque que te aprueben siempre gusta. Hipocresía.
“¡Pero
si llevo un mes estudiando día y noche sin salir para este examen!” Sacarías
megamatrícula de honor si eso es cierto. Las capacidades de estudio y la
facilidad de aprendizaje son obviamente diferentes entre las personas. Y aun
así, ¿cómo alguien que estudia un examen en una semana puede sacar un ocho o un
nueve y una persona que aparentemente ha sacrificado todo un mes o más se ve
negro para sacar un cinco? Somos diferentes, pero no nos pasemos. Ese tío no
lleva un mes estudiando día y noche sin salir para este examen. Ese tío dice que lleva un mes estudiando día y
noche sin salir para este examen. Y así no sólo contenta a las autoridades que
le piden que estudie (ya sean padres, profesores o amigos), sino que las
sorprende gratificantemente. Lo malo, lo peor y lo más nocivo es que también
convence a uno mismo de que eso es verdad. Y una vez más la masa le da la
razón. La masa que se pasa las “mismas horas” en la biblioteca y también admite
que un cinco es superjodido en esa asignatura. La biblioteca. Mejor dicho, las
horas y días en la biblioteca: qué gran engaño para padres y estudiantes.
Y
llega el momento en que por hache o por be, esa situación tan cómoda que estás
viviendo en la universidad (esforzándote lo justo y acribillando al “sistema”
si el esfuerzo no ha sido suficiente) se ve amenazada. ¿Amenazada por qué?
Amenazada porque tu titulación se extingue y tienes que pasarte a grado.
Amenazada porque has chupado tanto de tus padres en tu universidad de fuera o
tu residencia o tu colegio mayor que tus padres te “meten prisa” (prisa, otro
factor muy subjetivo en un universitario medio). Amenazada porque la beca que
prácticamente regalaban empieza a ser lo exigente que siempre debería haber
sido. Que sí, que gran parte de culpa de la crisis la tienen los políticos.
Pero que también la tiene nuestra enorme crisis de valores. Y el problema es
que los valores son de la masa y la corrupción es solo de la esfera política.
De ahí que el poder de la masa surta de nuevo su efecto. Movilización y coraje
en contra de los políticos (magnífico, aplaudible). Permanencia e insistencia
en nuestros podridos valores. La beca de la universidad es como si nos dieran
una entrada de cine, pero no vamos a la película porque no nos gusta. Y aun
así, queremos la entrada, porque viste tener una entrada de cine. Dame mi
dinero (que a saber cómo has logrado tenerlo) y yo por mi parte sigo sin
asistir a clase y llevando la bandera de la biblioteca; yo sigo viviendo la
“vida universitaria”, que para eso tengo beca. Nos chiflan los derechos. No
sabemos nada de deberes. Hay que
quejarse, pero, y un gran pero,
teniendo limpia tu casa.
Para
evitar tener que devolver la beca lo único que había que hacer era acreditar
haber asistido a un tercio, sí, un tercio, y sí, asistir, de las asignaturas de
ese curso. Ahora hace falta aprobar el cien por cien de las asignaturas. ¡Qué
locura! ¡Esforzarse! ¡Apretarse! ¡No poder cortar cinco puentes! ¡Hincar los
codos de verdad! La masa vuelve a
estar de acuerdo y se trata de locos a los que lo apoyan.
A
esto se le añade que quien aplica las medidas no predica precisamente con su
ejemplo. Y se cae en el “si ellos roban, yo también”. Un aplauso. Unos valores
de puta madre. Se entiende perfectamente el dicho de “si fulanito se tira por
un barranco, ¿tú también te tiras?” pero qué difícil es aplicarlo. Y más aún
cuando aplicarlo supone restructurar tu visión de la universidad. Pasar de
“mírame, soy universitario”, “mira cuántas horas echo en la biblio”, “llevo
toda la noche sin dormir estudiando”, “he aprobado”, “me han suspendido”, “son
unos cabrones”, “qué maduro soy ya” a “soy universitario”, “tengo que
estudiar”, “tengo que aprobar”, “voy a evitar suspender y poder quedarme con la
beca para seguir estudiando”, “voy a evitar suspender y no desangrar más a mis
padres”, “voy a sacrificarme para sacar la carrera cuanto antes para cuanto
antes ponerme a buscar lo que sea donde sea para ser independiente”.
Los
más damnificados en muchas ocasiones son, por extraño que parezca, los que han
logrado esquivar a la masa y silenciosamente han seguido con lo suyo: con sus
deberes como estudiante (deberes y estudiante en una misma oración suena tan
conservador…). Estos no tienen por qué coincidir con los más brillantes de
clase. No estamos hablando de brillantez. Estamos hablando de responsabilidad.
El responsable siente miedo de
contrariar a la masa cuando cree que no sería lo más lícito cortar un puente.
El responsable siente miedo de decir
que no ha pasado cincuenta y siete mil horas en la biblioteca y aun así ha
aprobado. El responsable siente miedo
de meter prisa a sus compañeros en un
trabajo de grupo. El responsable siente miedo
de no ningunear su trabajo y seleccionar a quién sí y a quién no dejar sus
apuntes. Miedo. Es una palabra grande, pero así es. ¿Y por qué el responsable,
que no perjudica a nadie, tiene que sentir miedo? Por el poder de la masa. Por
el poder de la masa joven, que tacha a quien quiere de lo que quiera en un
segundo y lo excluye de la vida social.
No
a la doble moral. No a la gran mentira que se ha montado alrededor de la vida
universitaria. No a la queja desinformada. No a seguir a la masa. Sí a la
responsabilidad. Sí a la autocrítica. Sí a los derechos combinados con deberes.
Sí al aprobar y suspender. No al aprobar y ser suspendido. No al ser aprobado y
ser suspendido. Sí a las miras de futuro. No al carpe diem irresponsable. No a
las etiquetas. Sí a la madurez.
Y
este artículo irá seguido de una oleada de repudio. Repudio sólo originado por
esa cerrazón que constato cada día más en aquellos que etiquetan de cerrados a
otros. Esa cerrazón que hace que no se lea bien el post, que se entienda lo que
no es. Esa cerrazón que tiene que situar el post en una ideología u otra. Esa
cerrazón tan de moda y a la vez tan trasnochada. A pesar de todo eso, yo he
considerado necesario escribir y publicar este artículo porque las “entradas de
cine” salen del bolsillo de gente responsable que no tiene por qué pagarle a otros
“entradas” de una película que o no gusta ver o gusta ver sólo a medias.
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by: Joaquín Bueno
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