domingo, 19 de junio de 2011

El alma y su corteza.


Publico algo que escribí hace tiempo, pero que tiene una vigencia constante. Espero que sirva de ayuda para tener una mente fría en un momento de tu vida "demasiado corporal".


Maldigo la hora en que mi alma se materializó. Maldigo la hora en que dejé de ser un niño y me re-materialicé. Desearía ser sólo alma, espíritu, vida que fluyera sin los límites de un envoltorio; una vida que no fuera tentada por lo banal; una vida que se fundiera sin sentir el calor, derritiéndose ante el amor, un amor que no fuera carnal ni ardiente, sino explosivo y sentimental; una vida que pudiera congelarse sin sentir el frío en el tiempo infinito que nos rodeara. Y no tener un cuerpo esclavizador y desgastante. Que no fuera tan difícil seguir la razón por mantener los sentidos a un lado; que no fuera tan difícil, porque simplemente no existieran locos impulsos físicos. Lo daría todo por no envejecer y no tener que ver que los más queridos se van. No tener que morir porque nuestra corteza se ha cansado de contenernos. Que no hubiera tentaciones que nos llevaran a errar. Cómo me gustaría que de repente todo fuera etéreo e infinito, sin que lo material nos intoxicara, sin que nuestro camino a la meta se torciera, sin que tuviéramos que cuestionarnos por qué hemos nacido así. Desearía que hubiera una respuesta universal y un dogma individual. Desearía también que las palabras no fueran golpes y explosiones en nuestra boca sino suaves melodías que llegaran al corazón. Y que simplemente nuestro cuerpo no se revolucionara y cambiara de opinión para perseguir el intrínseco instinto, y así no perder el norte por venganza, ira y envidia; no reducirnos a carne que se guiara por la lujuria, el deseo y el calor de la pasión.


Pero eso no es posible, y nos mantenemos en un cuerpo físico inevitable. Diría, para conformarme, que sin cuerpo no existirían miradas ni besos, no existirían abrazos ni caricias, consuelos ni lloros, no existirían las palabras más bonitas ni los latidos más sinceros y ni siquiera el parpadeo nervioso de los enamorados permanecería. Diríamos que, puestos a descartar lo material, desaparecerían los olores a tierra húmeda, a pintura fresca y a primavera en flor; desaparecerían los amaneceres, los crepúsculos serenos, la lluvia uniforme y los verdes montes; se desvanecería el ruido de la lluvia, el silbido del viento, los mares revueltos y las tormentas rejuvenecedoras. Se desvanecerían, sin cuerpo ni belleza ni riesgos ni dificultades ni tiempo, las historias de amor, las despedidas, los más sentidos reencuentros, las ansiadas llegadas, la alegría exteriorizada y el escribir en el vaho de las ventanas. ¿Realmente podríamos existir sin todo ello? Quizás debería responder que nuestro cuerpo es un placebo más en esta vida y que no debo caer en la trampa de decir que realmente lo necesito; pero no puedo, al menos no aún, mi alma no es lo suficientemente grande todavía para poder perderse en la infinidad. Aún requiero este envoltorio y no lo dejaré hasta que él mismo me eche. Debo todavía sentir muchas satisfacciones y crecer en interior para poder volar solo y autónomo.

Llegamos a un final sin punto, a una conclusión efímera, que se esfumará en cuanto mi cuerpo vuelva a ser tentado. Y deberé leer esto cada vez que mi cuerpo quiera tomar ventaja. Deberé arriesgar y luchar contra mi envoltura, para que sobreviva mi alma más pura. Mi espíritu, debo creer, es más valioso y fuerte que el mundo físico en el que nos ha tocado vivir. Por ello, disfrutaré de todo aquello que me sea formativo y beneficioso en mis mundanos alrededores físicos, pero nunca deberé dejar que mi esencia pierda la batalla y se materialice ella también. Porque entonces será cuando verdaderamente estaré perdido y me perderé en el superficial plano en el que me haya convertido sin llegar a poder nadar en el infinito, como mi alma haría.
Las Rosas de Heliogábalo, de Alma-Tadema:
Heliogábalo intenta ahogar a sus invitados con rosas en un banquete al estilo bacanal.
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by: Joaquín Bueno
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